S de Sobieski, szcz de Szczebrzeszyn

Normalmente, mientras dura la primera conversación con un desconocido y mientras no le diga cómo me llamo, en Polonia me toman por polaco y en Ucrania Occidental también; ya en Kyiv o en Odesa con frecuencia al principio paso por ucraniano del oeste, mientras que en el Cáucaso mi aspecto y mi acento suelen crear la impresión de que soy ruso.

Pero esto no fue siempre así, todo aprendizaje de un idioma comienza por una primera palabra. Me siguen recordando a veces quienes me conocían ya de aquellos primeros tiempos a orillas del Vístula que el primer vocablo que pronuncié correctamente en polaco fue “piłka”, que suena más o menos como “piuka” y quiere decir “balón” y también “fútbol”. Desde luego era más fácil que aprender a decir “hola” – aunque ese “cześć” tampoco fue tan traumático para mis cuerdas vocales.

Debe haber algo de cierto en que el seseante y checheante idioma polaco incita desde la más tierna infancia a la conspiración y al secretismo, pero si os soy sincero, en mi caso más complejo que todas esas endiabladas consonantes, que esas zetas, eses y enes con “acentos” o puntitos encima, fue captar la diferencia entre la “e” y la “y”, cosa importante especialmente si uno quiere saber si entrar (wejść) o salir (wyjść). Mis oídos tardaron varios meses en acostumbrarse. De hecho, una de las primeras frustraciones serias con el nuevo idioma no llegó al fracasar los primeros intentos de recitar el recurrente “chrząszcz brzmi w trzcinie w Szczebrzeszynie” con el que los polacos disfrutan haciendo sufrir al pobre extranjero. ¡Qué va! Fue mucho más humillante: se trató de una simple y vulgar “s”.

Llevaba entonces algo más de mes en Polonia, aterricé el 1 de julio de 1996, 9 días después de terminar los examenes de selectividad. Al principio utilicé “¿Habla usted polaco?”, un libro con el que me divertí mucho, ya escribiré sobre él más adelante. Agosto lo pasé en un curso para extranjeros de la Universidad de Varsovia. Fueron unas semanas interesantes que dediqué a estudiar y a perderme a conciencia por la ciudad todas las veces que pude. Mis conocidos polacos y españoles me ayudaron mucho en esta inmersión, dándome también de vez en cuando algún encargo sencillo para que me lanzara y empezara a hacer pinitos con el idioma. Una de estas titánicas tareas era comprar cigarrillos para un amigo – con su dinero, por supuesto. 🙂 La marca en cuestión era Sobieski. Sobieski, como el rey, como el vodka. Sencillo, ¿no? Pues resultó que no tanto. No es que mi acento andaluz haya sido nunca excesivamente fuerte, al menos en comparación con lo que uno puede escuchar en Jaén, pero sí bastó para que la segunda “s” de Sobieski fuera ininteligible para el quiosquero…

En fin, hubo sangre, sudor y lágrimas, pero lo superé. Al cabo de tres meses comencé a chapurrear algo, a los seis ya podía desenvolverme con cierta fluidez y pasado el primer año el resultado del curso de la Politécnica de Cracovia en el que tomé parte de octubre a mayo fue bastante satisfactorio y pude empezar sin problemas mis estudios de Economía en la Universidad de Szczecin. Pero eso da para muchas otras entradas.

Os dejo aquí el comienzo del poema infantil de Jan Brzechwa, para que veais que es posible 😉

W Szczebrzeszynie chrząszcz brzmi w trzcinie
I Szczebrzeszyn z tego słynie.

Wół go pyta: „Panie chrząszczu,
Po co pan tak brzęczy w gąszczu?”

„Jak to – po co? To jest praca,
Każda praca się opłaca”.

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